En la mayoría de los casos no produce ningún síntoma por lo que sólo se detecta en revisiones rutinarias.
El glaucoma consiste en un aumento de la presión intraocular con daño en las fibras del nervio óptico. En el ojo existe un sistema de filtración (ángulo camerular) por donde drena el humor acuoso. Dependiendo si este sistema de drenaje está abierto o cerrado tendremos dos tipos de glaucomas.
En el glaucoma de ángulo abierto no hay cierre alguno pero el desagüe del humor acuoso no funciona bien. Esta disfunción genera un aumento de la presión intraocular que no se manifiesta de ninguna forma, sólo tras un examen visual. Por eso son tan importantes las revisiones periódicas, aunque pensemos que todo funciona bien en nuestro ojo.
En el glaucoma de ángulo cerrado sí hay un ángulo muy estrecho que puede llevar a una oclusión con una subida brusca de la tensión ocular y unos síntomas más claros: ojo rojo, visión borrosa y dolor muy intenso (de ahí el nombre popular que recibe de “dolor de clavo”)
En la consulta nos encontraremos con una presión ocular por encima de 21mm Hg y alteraciones en el análisis del nervio óptico que es la estructura del ojo más afectada en el glaucoma. Para valorar las alteraciones funcionales haremos un campo visual en el que pueden aparecer escotomas o zonas alteradas en la visión periférica. Las disfunciones estructurales se evalúan con el OCT (Tomografía de Coherencia Óptica), una prueba por imagen del nervio óptico en la que se hará un conteo del número de fibras nerviosas.
El glaucoma es una enfermedad crónica que afecta sobre todo a personas de más de 60 años, con antecedentes familiares y con patologías asociadas como la diabetes y la miopía. La detección precoz de esta enfermedad y una buena respuesta al tratamiento permitirá al paciente tener calidad de vida pero sin olvidar que los controles deben ser continuos. Las novedades terapéuticas y diagnósticas permiten avances como un mayor confort con los fármacos monodosis que son mejor tolerados.
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